¿Qué buscas?

viernes, 13 de julio de 2018

EDUCAR A UN NIÑO

Si tuviera la posibilidad de decidir aquello en lo que quiero que mi hijo destaque, sería sin lugar a dudas, la inteligencia emocional. Esa que define nuestra forma de ser, de sentir, y reaccionar ante diferentes situaciones o circunstancias. 


Si cogiéramos a un grupo de personas y les ofreciéramos la oportunidad de tirarse en paracaídas, podríamos observar cómo sienten y reaccionan de diferente manera ante la misma situación. Unos se paralizarían ante el miedo de saltar, mientras que otros saltarían sin pensarlo, otros lo harían con ilusión, y hay quienes llorarían de los nervios, a quienes les daría por reír o a quienes les sudarían las manos, quienes huirían. Hay quienes se lo contarían a todos/as, antes y después del salto, pero también quienes no dirían nada. 

Ante una misma circunstancia sentimos y reaccionamos de diferente manera, porque somos diferentes, y eso es precisamente lo que nos hace tan especiales a cada uno de nosotros/as. Luego, no pretendo educar a mi hijo para sienta y actúe de una forma determinada ante una situación concreta, sino para que tenga la capacidad de decidir como se quiere sentir y como quiere actuar ante las situaciones a las que se enfrenta.
Me planteo cuáles son los ingredientes de ésta teoría que tan bonita suena y que tan difícil de elaborar es. Y mi primera pregunta es, ¿soy la persona indicada para desarrollar su inteligencia emocional? Y mi respuesta: puedo contribuir a ello, pero la inteligencia emocional se construye en la interacción social, en la relación con otras personas, en la exposición real a situaciones concretas. Lo que si puedo, es acompañarle en el proceso de desarrollo dotándole de herramientas y estrategias, haciendo visible sus emociones y sus reacciones, contribuyendo a que tome conciencia de que existen. 

Empecemos por los ingredientes que no están tan presentes cuando hablamos de inteligencia emocional. Son elementos base sobre los que desde mi punto de vista se construye la inteligencia emocional. No les hablaré de lo que son las emociones ni de qué emociones existen. Creo que eso ya lo saben. Les hablaré de las herramientas/competencias que nos ayudan a gestionar esas emociones:

TOLERANCIA A LA FRUSTRACIÓN

Serán muchas las ocasiones en las que mi peque tendrá que enfrentarse a situaciones en las que no consiga lo que quiere. Porque seamos realistas, “querer no siempre es poder”, y no le voy a vender que conseguirá todo lo que quiere o se proponga, porque no será así, y necesito que sea consciente de ello, para que cuando las cosas no salgan como él quiere, tenga la capacidad de tomárselo con naturalidad, que la frustración no lo paralice, para que pueda seguir intentándolo, o tomar decisiones alternativas que le conduzcan a su objetivo. Un suspenso, un amor no correspondido, un trabajo que no consigue... no pueden ser motivo de depresión o de abandono. Deben de ser impulsos en su vida, generadores de aprendizajes, ya que son situaciones, y emociones que de alguna manera se integrarán en su personalidad, en su forma de ser.



RESILIENCIA

La tolerancia a la frustración esta íntimamente relacionada con la Resiliencia, otro de los ingredientes de mi receta. La capacidad que tenemos de sobreponernos a cualquier impacto negativo en nuestras vidas. En la medida en que toleramos la frustración, sentamos la base sobre la que se asienta la resiliencia. 
He conocido personas que lo pierden todo mientras observan pasivamente cómo se hunden sus vidas sin hacer nada para contener la situación que les envuelve. No reaccionan, no tienen capacidad, y se bloquean.  Pero también he conocido a personas que ante circunstancias complicadas, crecen, se hacen GRANDES, y demuestran tener capacidad para afrontar cualquier golpe que les da la vida y seguir adelante.
Esto último es lo que quiero para mi hijo. Capacidad para afrontar y surcar los vaivenes de la vida. Capacidad para sobrevivir. Y está claro que un camino de rosas no va a hacer que desarrolle esta capacidad, porque como dice el refrán, “Mar en calma, nunca hizo buen marinero”. Habrá quien no esté de acuerdo con ésta opinión, pero yo, pedagoga de profesión, opino que los niños no nacen con un manual de instrucciones, pero asumimos la responsabilidad de prepararlos para la vida. Y la vida lejos de ser una balsa de agua, es una montaña rusa llena de baches, y no echaré a mi hijo al mar en una balsa sin motor ni remos. Dejaré que caiga una y otra vez, animándole a levantarse. Porque solo así evitaré que desarrolle el miedo a caer. Y quien tiene miedo a caer, no se levanta, no camina, no experimenta. Flaco favor le hago si no dejo que caiga, porque cuanto mayor sea, mayor será la altura de la que puede caer. Quiero que tenga herramientas para que sepa afrontar estas caídas y levantarse de nuevo las veces que hagan  falta. Porque no se puede vivir con miedo a caer.




TOMA DE DECISIONES CONSECUENTE

Lo que tenemos es el resultado de las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida. Y ser consciente de ésto es importante en la medida que decidimos sobre nuestra situación y nuestro futuro. Unos apuestan por sacrificar años de su vida en formarse, y otros no lo hacen, prefieren conformarse con un determinado puesto de trabajo. Unos deciden meterse en grandes hipotecas que hipotecan su vida social, y otros deciden apostar por lo social, más que por lo material. No tengo claro quien es más feliz, pero si que tengo claro que la vida que llevamos la hemos decidido nosotros/as, en la medida en que es fruto de nuestras decisiones. No solo las que tomamos de manera puntual, sino la suma de las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida. Por eso considero necesario que mi pequeño desarrolle la capacidad de tomar decisiones ligadas a consecuencias. Porque siempre será así. Las decisiones tienen consecuencias, positivas o negativas, pero tienen consecuencias, y éstas pueden ser inmediatas o pueden aparecer en el futuro. No quiero ponerle una venda en sus ojos. Dejaré que tome decisiones y que asuma las consecuencias que de ellas se derivan. Si el paquete de papas que eligió le decepcionó, no le pondré otro paquete de papas en sus manos, anulando la consecuencia de su decisión. Porque igual que tenemos derecho a equivocarnos, también tenemos derecho a aprender de las equivocaciones. 

La toma de decisiones debe desarrollarse en el marco de lo que conocemos como rutinas de pensamiento, del hábito de preguntarnos acerca del impacto que una decisión tiene en nuestras vidas y en el sistema en el que estamos inmersos. Pros, contras y consecuencias, alternativas, recursos, tiempos... son algunos de los componentes que debemos tener en cuenta a la hora de tomar decisiones. Aquí cobra especial importancia la capacidad de observación, análisis y reflexión. Suena a mucho, y muchos se preguntarán como se desarrolla esto. Tiene gracia, porque los niños tienen esa capacidad, pero somos nosotros mismos los que la coartamos en lugar de potenciarla. Es cuestión de  tiempo  y paciencia je je. Y cuando digo paciencia... déjenme que lo escriba en mayúsculas PACIENCIA


Una vez llevé a mi hijo a comprar una pelota a una tienda de deportes, debía comprarla con su dinero así que era una toma de decisiones importante para él. Se iba a gastar su dinero y si se equivocaba en la elección no tendría dinero suficiente para comprar otra, así que debía pensar bien su decisión. Me pegué 45 minutos observando y escuchando el discurso que tenía consigo mismo acerca de los pros y contras de cada una de las pelotas que había en la tienda. Valoró precios, tamaños, ruidos de impacto, altura a la que votaba, a cuantos juegos se podía jugar con cada una de ellas, la facilidad para transportarla a diferentes sitios. Valoró criterios de calidad, no quería que se le rompiera pronto o que se despelusara... valoró incluso la limpieza del color y la textura. Fueron 45 minutos. 45 minutos que invertí en que mi hijo tomara una decisión basada en la observación, análisis y reflexión sin que yo tuviera que intervenir en ningún momento. Haber tomado decisiones equivocadas anteriormente, había contribuído a que esta vez pudiera hacer una toma de decisiones más consciente y reflexiva frente a decisiones impulsivas que en la edad adulta pueden meternos en situaciones complicadas.
Y por último, déjenme que les recalque la importancia de la AUTOESTIMA porque en ella se fundamenta la felicidad.





No hay comentarios:

Publicar un comentario